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Al otro lado del Canal

Cuando zarpamos de la Graciosa, Canarias, en enero de 2015, nuestro plan era ir directos al Océano Pacífico. Por fin estamos aquí, dos años y medio más tarde. Nadie dijo que hubiera que ceñirse al plan. ;)

Cruzar el famoso Canal de Panamá fue una experiencia.... a ver como lo describo... en una palabra: CARA. Algo más de mil euros es lo que hay que pagar para atravesar el continente americano sin acercarse al polo norte o al polo sur, es decir, evitar mares tormentosos y evitar cambiar bikinis por bufandas. Nos preparamos bien para el cruce. Teníamos una tripulación compuesta por amigos, teníamos los cabos y defensas listas, y ha habíamos hecho todo el papeleo y claro, lo más doloroso: habíamos pagado. Por si algo se truncaba, típico Panama-Style, llamábamos a menudo a la oficina del canal para asegurarnos de que todo iba . Justo el día antes, nos informan de que nuestro pago no les había llegado (hacía un mes que habíamos hecho todo lo que nos mandaron) y de que habían adelantado casi doce horas nuestra cita con las esclusas. Vaya lío: primero llamar a un montón de números para que se aseguraran de que el pago SÍ se había hecho, y luego convocar a todos los tripulantes un día antes. Fue un día de típico estrés que precede a alguna maniobra importante, pero todo se solucionó rápidamente.

El día 22 de abril, a las 5 de la mañana, subió a bordo un "consejero" del canal, un panameño que debía decirnos como hacer todo al cruzar. Levantamos el ancla por última vez en el lado Atlántico y nos dirigimos hacia la entrada, donde nos juntamos con otros dos veleros para formar un convoy y pasar detrás de un mercante. Nos metimos entre las paredes y cerraron las compuertas. Estábamos dentro de la primera esclusa. Comenzó a subir el nivel del agua y a formarse remolinos de corriente bajo el barco, pero no hubo movimientos peligrosos ni nada por el estilo. Fue espectacular ver desde el barco las vistas de toda la entrada al canal. Tuvimos que pasar por varias compuertas más hasta llegar al nivel superior, donde está el lago Gatún. Y ahí la experiencia dejó de ser tan emocionante. Tardamos todo el día en cruzar el lago a motor, bajo el sol abrasador y con un paisaje tirando a monótono. El consejero parecía un tipo serio, pero que va, en Panamá es imposible, y tras echarse una buena siesta despatarrado en cubierta, acabó cantando y bailando al ritmo del "despasito, suave, suavesito" que sonaba en su celular. La compañía fue estupenda y entre siestas, comidas, y suavesitos lo pasamos bien. Al caer el sol, salíamos por la ultima compuerta y navegábamos por el OCÉANO PACÍFICO por primera vez. Muchísimas gracias a los tripus OLIVIER, PAULINE, y OLIVIA! Merci! Thanks!

La semana siguiente la pasamos en el fondeo de la Playita, muy cerca de Panamá City. Nos dedicamos a comprar todos los recambios, piezas,materiales... que no encontraríamos más adelante. También llenamos el barco hasta arriba de provisiones, 800€ de supermercado, ya que los precios de la comida deben estar por las nubes en las islas del sur del pacífico.

Tuvimos la suerte de estar como en casa, porque hicimos cuadrilla con un par de vascos que iban de tripulantes en un velero neozelandés. Resulta que Aitor y Onar, viajaron por todo centro américa en furgoneta hasta que se enteraron de que, a veces, había veleros que necesitaban tripulación para ir a Polinesia. Con absolutamente ninguna experiencia, cero patatero, se apuntaron a la aventura de 40 días en alta mar con un desconocido, cruzando el mayor de los océanos! ¡Que locos! Nos pasamos las tardes de charleta, dándoles consejos y algunas nociones básicas de navegación, para que no creyeran que iban en una nave espacial o algo así. ¡A estas alturas ya estarán a punto de llegar! Esperemos volver a encontrarles pronto para tomar unos kalimotxos. Un abrazo muy fuerte a los dos si leéis esto!

El 30 de septiembre,con los visados caducados, por fin dejamos Panama. El plan era llegar a Costa Ria en pequeñas etapas de máximo 50 millas, haciendo guardias de dos horas cada uno al timón, ya que el piloto automático estaba roto desde hace un par de años y no había suficiente viento para el piloto de viento.

Nada más zarpar, mientras disfrutábamos de la visión de miles de aves migratorias, pasando sobre nuestras cabezas en formación, nos pilló el primer chubasco. Un montón de viento de golpe y lluvia torrencial. Llegamos al las 16:00 de la tarde al destino previsto. El fondeo parecía una ratonera, muy peligroso con los vientos que soplaban, el cielo seguía gris y nos dio mala espina. Además había tantas olas que parecía que seguíamos navegando. No lo pensamos demasiado, levantamos el ancla y decidimos seguir tirando millas. Para no dormir, mejor seguimos avanzando. Así que pusimos rumbo sur. La navegación fue espectacular. Nos guiábamos por las estrellas que marcan la cruz del sur. Hay tanta vida en este océanos que no para de sorprendernos. Vimos cientos de mantas saltar y dar hasta tres piruetas en el aire,delfines a cada rato, un marlin (pez espada) saltar a pocos metros del barco... Durante la noche, la fosforescencia del plancton era tan intensa, que la estela serpenteante de los delfines se quedaba dibujada como con mil estrellas en la negrura del mar. Es difícil explicar con palabras lo bello que era.

Otra cosa curiosa que nos pasó, fue que la sonda (aparato que mide el fondo) iba marcando lo correcto: 100m, 80m,...cuando derrepente, comenzó a marcar entre 6 y 8 metro. Sabíamos que ahí no podía haber ningún banco de arena, que el fondo real eran sobre 100 metros. Durante horas, la sonda nos avisaba de que había "algo" navegando bajo nosotros. El agua no estaba suficientemente clara para llegar a ver, pero estábamos intrigados. No podía ser una ballena porque no salía a respirar, así que tenía que ser algún tipo de pez, pero GIGANTE! A la noche, en la guardia de Rafa, la sonda volvió a marcar 100 m, y la forma de la cabeza de un tiburón ballena se dibujó en las aguas junto al Freya.

Dos días y 200 millas después, llegamos a Santa Catalina. Casualmente, echamos el ancla enfrente de una de las mejores olas de Panamá, así que Rafa pudo disfrutar unos días de surfing. Yo me tuve que quedar en el barco porque estaba un poco bravo para novatos como yo.

Tras unos días de descanso y surf, continuamos el viaje. Otras 150 millas y el 9 de Mayo, echamos el ancla en Pavones, Costa Rica.


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