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mi paso de coleccionista de gorras a navegante oceanica

Ahora que llevamos tres días descansando y recuperándonos de la travesía, puedo echar una mirada atrás y ver lo que ha cambiado el concepto de “navegar” para mí.

Moitessier, uno de los grandes del mar, llamaba a los regatistas “coleccionistas de gorras” y decía que siempre tenían el culo mojado. Desde hace unos 15 años, yo navego casi cada fin de semana. Regatas, entrenamientos, cursillos y más regatas. En muy pocas ocasiones había navegado, tranquilamente, de un lugar a otro. No lo consideraba un medio de transporte. Ultimamente es lo único que hago, durante horas, días, semanas… En los últimos 2 meses hemos recorrido más de 3000 millas. ¡No está nada mal!

Antes de zarpar, estaba súper segura y tranquila, confiaba plenamente en mis conocimientos náuticos aprendidos durante tantos años en el Abra. Pero resulta que este tipo de navegación no tiene nada que ver con lo que yo conocía: las velas no se pueden trimar como uno quiere, porque rozan aquí y allá, y eso al de un par de días es rotura; el rumbo más rápido quizá sea el que más menea y agita el barco, y no permite que descansen a los de dentro; surfear las olas no siempre era buena idea, en cubierta no se notaba, pero desde dentro parecía que era el fin del mundo con tanto ruido y movimiento. Las cosas se rompen unas tras otra, por estar sometidas a tensiones durante tanto tiempo.

Empecé a darme cuenta de lo poco útiles que eran todos mis conocimientos, y de que lo importante es ser como el de Bricomanía, y poder arreglar todo lo que te pongan delante. Aquí Rafa demostró estar a la altura de las circunstancias, dedicando todo el tiempo que tenía libre (recordad que siempre estábamos al timón, intentando dormir dentro de la batidora o comiendo algo, ya que solo tuvimos piloto automático durante un par de días) a arreglar todo lo que íbamos rompiendo. Para mi ha sido como un cursillo intensivo de reparaciones náuticas en general. De esta manera, también me di cuenta de cual era la otra cualidad indispensable para ser un buen navegante oceánico: la ENERGÍA INFINITA. El meneo del barco, el sueño acumulado, el aburrimiento, pueden ser inhibidores de la energía que tenemos dentro, y a veces hay que luchar contra la pereza para que el barco siga y siga y siga.

Al final me di cuenta de que algo tenía de utilidad lo que yo sabía, aunque fuera más lo que yo intuía. Podía buscar formas de trimar las velas para que las roturas afectaran menos, o saber cómo volver a arrancar el barco cuando se bloqueaba en las trasluchadas involuntarias. Tengo la suerte de poder tener una visión global del FREYA, y así sentirme cómo se siente ella.

Durante esta travesía, he aprendido a disfrutar de las guardias nocturnas. En nuestro caso era siempre al timón, y por eso hay que estar mucho más espabilada y atenta. Siempre me habían parecido durísimas, soy un poco marmota, y me encanta dormir. Al de unos días, cuando el cuerpo se acostumbró a los horarios, (durante la noche a mí me tocaba de 22:00-24:00 y de 04:00-06:00), descubrí lo maravilloso que era. Tenía dos horas en las que estaba completamente sola, con la única compañía de la luna y las estrellas brillando sobre mi cabeza, el sonido del casco al cortar el agua, la música suave que sonaba en el i-pod, (menos cundo me entraba sueño y ponía la carpeta de fiesta), nada ni nadie que pudiera distraerme de mis pensamientos. ¡Entonces empezaban a fluir de forma torrencial! Echaba de menos mi libreta para poder ir apuntando ideas, proyectos, planes y recuerdos. ¡He pensado en muchísimas gente que hace años que no veo, y he revivido miles de momentos pasados! Y tengo q reconocer que también me montaba películas mentales de cosas futuras… ¡pero eso nunca se sabe!

¡Ahora toca recordad todas estas ideas y empezar a EJECTURARLAS! Pero mejor desde un fondeo tranquilo y con aguas cristalinas para poder refrescarme cada rato. ¡Voy a montarme la mejor oficina del mundo!

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